Ya en el s. I a.C. se muestran en unos escritos de Plinio el viejo que explicaban cómo a los perros de pastoreo, caracterizados por su abundante pelo, se les arreglaba ese pelo junto con el rebaño de ovejas.
A finales del S XIX y, durante la «Belle Epoque» se podían encontrar peluqueros en la orilla del río Sena de París. Estos se instalaban frente a una caja de madera en la que llevaban el material para trabajar sobre los canes, y a los que acababan bañando en el río.
En los años treinta surgieron los primeros peluqueros caninos profesionales dignos de este nombre. En efecto, en 1933 se inaugura el primer salón de peluquería en París regentado por madame Andras, y posteriormente por Madame Michaud quien durante treinta años formó a numerosos aprendices.
La utilización de la máquina de esquilar eléctrica durante la Segunda Guerra Mundial y el impulso considerable de los perros de raza al final de los sesenta, fueron acontecimientos básicos para la evolución de la peluquería canina tal como la conocemos hoy en día.
Desde la Prehistoria hasta nuestros días ha habido personas ocupadas de la higiene y mantenimiento del manto de los perros, pero no ha sido hasta el siglo XX que la peluquería canina ha alcanzado la consideración de oficio especializado primero, y de profesión más tarde.
El perro y el hombre se conocen desde los albores de la especie humana en la Tierra y ambas especies se han necesitado, servido y ayudado mutuamente desde entonces. Hay diversas hipótesis que intentan explicar el comienzo de esta colaboración, pero la más extendida mantiene que fueron los perros quienes se acercaron voluntariamente a los hombres, para aprovecharse de los restos de presas desechados por éstos (huesos, piel, etc.).
Posteriormente, y como contrapartida, el hombre utilizó las cualidades de los canes como ayuda para localizar y reducir a las presas. Sea como fuere, los perros han sido animales de trabajo desde épocas inmemoriales, y con mayor o menor celo, se ha cuidado de su piel y su manto como forma de aumentar sus capacidades o de mantener y mejorar su salud.
Antigüedad y Edad Media
Durante estos siglos los perros tienen un destino meramente funcional: son pastores, se dedican a la caza o guardan y defienden propiedades. Comienzan también a emplearse para la guerra de forma sistemática. Existen crónicas y pinturas de la Roma Imperial que describen unidades militares formadas por soldados y «Molossos Romanos» (antecedentes de los mastines Corsos y Napolitanos). Otros canes menos afortunados se crían para el sacrificio, tanto ritual como alimenticio (desnudos chinos, mexicanos y del Perú).
Hay, sin embargo, un caso extraño aún poco explicado. Nos referimos al de los bichones, ya que puede afirmarse que estos animales son los primeros perros domésticos populares del continente europeo. Nosotros mantenemos que se introdujeron en las casas como perros ratoneros, y perdieron progresivamente esa función.
En oriente se dan más excepciones, y merecen una mención especial las de algunos perros chinos y japoneses: el Pekinés (propiedad exclusiva del emperador de China), el Carlino o el Chin japonés y los tibetanos de monasterios (Tibetan Spaniel y Lhasa). Estos animales adquieren una función representativo-simbólica, que los convierte de hecho en perros domésticos.
Para el resto, las labores de cuidado y mantenimiento se limitan al «despiojado», y es tarea habitual quitar estos y otros parásitos. Se han encontrado antiguas «liendreras» (pequeño peine para eliminar huevos de parásitos) para ganado, pero aplicables a todo tipo de animales.
Sin embargo, podemos decir que los primeros peluqueros caninos, propiamente dichos, forman parte de la naturaleza misma: son matorrales, cardos y zarzas del campo, y cuando hoy en día se hace un stripping (arrancado del pelo muerto de spaniels y perros de pelo duro), se está emulando el proceso natural de pérdida de pelo entre la vegetación arbustiva, entre la que los perros de caza se camuflan para sorprender a sus presas. Cuando se separan los cordeles de un Puli, se está realizando la labor que harían de forma natural los matorrales y la grasa del ganado durante las migraciones bovinas en plena transhumancia.
No obstante, en grabados de monterías en época de Alfonso XI, ya aparece la figura de mozo de ralea, que se ocupa de todo lo relacionado con el cuidado del animal, desde la alimentación (consistente sobre todo en entrañas del animal aprehendido), hasta el desparasitado. Estos perros se crían y adiestran específicamente para la caza, actividad que para los señores feudales no sólo es lúdica, sino que además tiene la finalidad de proveer de carne a los sectores sociales más privilegiados. Dada su importancia son, por lo tanto, animales, bien cuidados y alimentados.
Edad Moderna (Del descubrimiento de América a la Revolución Francesa)
En esta época aparecen de una forma habitual los primeros perros de compañía propiamente dichos, tanto en las cortes europeas como en las extremo-orientales (China, Corea).
En China ya había una larga tradición de perros de compañía imperiales aunque, como ya hemos comentado, con una función concreta. Con la dinastía Ts’ing, sin embargo, se pone de moda en la corte un perrito de pequeño tamaño producto de mezclas entre razas chinas y tibetanas, que llega hasta nuestros días: se trata del Shih Tzu. Como sabemos, el acicalado del pelo de esta raza es fundamental y de esto se hace cargo en ésta época, sin duda alguna, el mismo servicio de la corte.
En Europa podemos hablar del King Charles Spaniel (Siglo XVII), que recibe su nombre del Rey Carlos II de Inglaterra; los bichones como el Habanero (Siglo XVIII), el Frisé (Siglo XV), originario de Canarias y muy apreciado en las cortes europeas; y los pequeños Spaniels como el Papillon (Siglo XVII) o el Phalene (Bélgica, Siglo XVII).
Estos animales empiezan a tener consideración de miembros de la corte y se les prodigan exquisitos cuidados. Generalmente es la asistente personal, azafata, camarera, o ayudante de la reina la que se ocupa de estos pequeños animales.
El hecho de peinarlos, despiojarlos, perfumarlos e incluso vestirlos es práctica habitual. Para ilustrar esta afirmación es buena muestra el siguiente pasaje de las cartas de Madame d’Aulnoy, mujer de origen francés que, haciéndose pasar por noble, se introdujo en la corte del rey Carlos II de España. Dice así:
«El Rey se dio cuenta de que tenía conmigo una podenca que la marquesa de Aluya, que es una dama muy amable, me había pedido que llevara a la condestable Colonna y como yo la quería mucho, me la dejaba de vez en cuando. El Rey mandó al conde de los Arcos…que me la pidiera. Al momento se la di y tuvo el honor de ser acariciada por Su Majestad, al que le gustaron los cascabeles que llevaba al cuello y los lazos de sus orejas. Tiene una perra a la que quiere mucho y mandó que me preguntaran si me gustaría que los cogiera para Daraxa, que así es como la llama… Me mandó la perra sin collar y sin lazos y encargó al conde de los Arcos que me diera una caja de oro maciza llena de dulces…»
Madame d’Aulnoy – Relación del viaje de España – Carta X. Cátedra
Podemos imaginarnos, por el valor del obsequio del rey hacia la señora, que tanto el collar como los lazos (puede tratarse de pendientes que en esa época se fijaban con lazos de seda a las orejas) tenían categoría de verdaderas joyas.
No obstante, la primera referencia que tenemos de un perro rasurado es la del Caniche. Durero los refleja en sus grabados del siglo XVI pero no tenemos datos ni descripciones concretas de su pelo o de sus características fisiológicas. Sin embargo, tanto los Caniches de compañía como los cobradores de aguas aparecen retratados con los cuartos traseros rasurados y con penachos de pelo en las articulaciones.
Este tipo de arreglo tiene una finalidad múltiple: por un lado protege los pulmones y las articulaciones de la humedad y por otra proporciona mayor agilidad y menor resistencia del agua en los cuartos traseros. Esto permite que el animal pueda estar más tiempo en el agua y nade más rápido y sin interrupciones. Aunque no hemos encontrado datos ni referencias concretas, imaginamos que el corte se hacía a navaja o con tijerillas de esquilado, de lo que se deduce que es necesaria ya una cierta especialización para realizar un tipo de corte de pelo con un cierto grado de dificultad.
Durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII la presencia de perros de compañía en los palacios reales es un hecho que se extiende a los territorios colonizados por las distintas metrópolis europeas. Allí gobernadores y virreyes emulan las costumbres de la corte, e incluso aparecen nuevas razas con «denominación de origen» colonial (Bichón Habanero, Coton de Tulear, etc).
Henri de Toulouse-Lautrec
Durante la segunda mitad del siglo XVIII cobra importancia una nueva clase social: la burguesía. Se imponen nuevas costumbres, lo privado toma fuerza frente a la vida en los patios y en las calles. El ámbito familiar se constituye como núcleo social frente al corporativismo vecinal o gremial. En este ámbito, el animal de compañía, sobre todo perros y gatos, adquiere la categoría de miembro de la familia. Es entonces cuando se empiezan a retratar familias enteras en la que no falta el perrito o el gatito, generalmente acicalado con collares o lazos.
La contemplación de la necesidad de embellecer a los animales como si fueran otro miembro más de la familia es el primer paso para la aceptación de la peluquería y de la figura del peluquero canino. Philipe Aries escribe en su Enciclopedia de la vida privada refiriéndose a un cuadro de Le Nain: «Acicalados, mitniaturizados e incluso modificados mediante estudiados cruces, perros y gatos penetran en la intimidad como adorados niños»
Edad Contemporánea (De la Revolución Francesa hasta nuestros días)
Con el ascenso y la hegemonía de la burguesía urbana como nueva clase social dominante se van a producir también cambios importantes en la propiedad y extensión de los perros de compañía. A los tradicionales perros de la nobleza se van a empezar a sumar también los de los propietarios burgueses, pero con una finalidad diferente, y en línea con una de las características de la nueva clase: la ostentación.
Los perros de compañía se van a convertir, además de en objetos de entretenimiento y juego, en uno más de los signos externos demostrativos de riqueza, poder y exclusivismo. Y es en este marco donde hay que insertar el nacimiento y desarrollo de las exposiciones caninas.
Este es uno de los dos factores que hacen que a mediados del siglo XIX empiecen a formarse inevitablemente las sociedades caninas en todos aquellos países europeos donde triunfa la revolución industrial, y que son las que más tradición tienen actualmente.
El otro factor que confluye es la tendencia que la nueva sociedad racionalista tiene a categorizar, compartimentar y a dividir la realidad para estudiarla o comprenderla. De ahí parte la actividad de los clubes caninos de definir, describir y ajustar los estándares de las razas caninas. Esa estandarización lleva implícita, como es lógico, la preservación de la pureza de la raza.
Como consecuencia de todo lo anterior, se crean y desarrollan, a partir de la peluquería humana, los primeros servicios de peluquería canina, que atiende a los perros de compañía y de exposición, sin hacer distinción entre ambos (no hay que olvidar que
aún es una minoría social la que posee estos animales «no productivos»).
Tras el paréntesis de la Primera Guerra Mundial (donde los perros de guerra ya adquieren mucha importancia), podemos encontrar las primeras fotografías de peluquerías caninas en Berlín (años ’20) o Estados Unidos (años ’30), llamadas Laundry (literalmente lavanderías).
Tras la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de la sociedad de consumo llega la peluquería canina comercial, que comienza su expansión en EEUU e Inglaterra a causa de la generalización y popularización de los perros de compañía que necesitan cuidados estético-profesionales. Esta expansión es paralela al crecimiento del número de clínicas veterinarias que satisfacen una demanda creciente de atención sanitaria de los animales.
FUENTE: https://www.facebook.com/pages/Historia-de-la-peluqueria-canina/168275539990295?sk=timeline
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